La ACPT reflexiona ante la llamada ‘crisis migratoria’


Desde ACPT nos solidarizamos incondicionalmente con todas las personas sirias desplazadas de su tierra por el conflicto bélico, pero aportamos varias reflexiones:

A ninguno de estos políticos que parecen consternados por la mal llamada «crisis migratoria», les hemos oído hablar hasta el momento de poner fin a los conflictos que han originado esta situación. Hay estados en Europa que hoy acogen con globos y caramelos a los refugiados sirios y tienen al mismo tiempo estrechas vinculaciones con la industria del armamento. Vemos que se entremezclan intereses geoestratégicos en una partida de ajedrez que se juega sobre la independencia de países; como Iraq, Libia, Sudán, Nigeria, Somalia o Siria. Esos son los verdaderos intereses que tratan de ocultar a la población y enmascaran de falsa solidaridad.

Más allá de la generosidad de la respuesta de parte de la ciudadanía en algunos lugares, lejos de la conversión del drama en un hipócrita espectáculo televiso, más allá de las imágenes humanamente insoportables, hemos de ser conscientes de que el sistema de control migratorio es parte central de un entramado económico y post-colonial depredador que genera un irracional distribución de la riqueza y de los recursos, que destruye la Tierra y destruye pueblos enteros. Los grandes intereses económicos tienen absoluta libertad de tránsito en todo el mundo en una relación proporcionalmente inversa al de las personas.

Mientras, los centros del poder político y económico de la U.E. se resitúan en un plano que les permite evadir responsabilidades. Emiten sin parar el mensaje de la desestabilización y la pérdida del bienestar europeo a causa de la masiva llegada de personas migradas obviando sistemática y deliberadamente la responsabilidad de determinar las causas profundas de estos desequilibrios. Debemos asumir una responsabilidad, detenernos a pensar en algo que nos interpela moralmente. Debemos reconocer nuestros privilegios aunque nos resulte difícil e incómodo.

Si la discusión del momento tratara sobre la justicia de las relaciones políticas y económicas y sus consecuencias, no estaríamos escuchando tantas ofertas para acoger refugiados, propuestas para hacer un torniquete en una herida que nunca se cierra. Estaríamos presenciando un debate sobre cómo detener las prácticas colonialistas, la explotación de los seres humanos racializados, de las mujeres y del ecosistema. Un debate en el que nos jugamos la posibilidad de poner las bases de un futuro colectivo alejado del desastre.

A los dirigentes y gobiernos de la UE se les llena la boca hablando de la Europa que acoge, de solidaridad y humanidad. Están hablando de acoger a 120.000 personas repartidas por toda Europa, unas 15.000 le corresponderían al estado español. Son cifras irrisorias. Todo esto lo negocian a la vez que aceleran las expulsiones de migrantes de otras procedencias. En Bruselas se está elaborando un documento que reflejará no sólo la distribución de estas personas sino también medidas para acelerar las devoluciones de los llamados migrantes económicos . Mientras nos bombardean con imágenes de las fronteras llenas de refugiados tratando de alcanzar Europa y se alaba el repentino giro de los gobiernos de la UE que se declaran ahora dispuestos a acogerlos, proceden a expulsar por el otro lado a todos aquellos que no encajan dentro de este nuevo perfil de «refugiado legítimo». Estamos ante un lavado de cara de las altas jerarquías políticas europeas.

Es necesario clarificar que esta peligrosa diferenciación entre refugiados «legítimos», refugiados a los que no se les reconoce sus derechos como tales y los últimos de la cola, los inmigrantes. No hay que hacer distinciones, es un juego peligroso. Acogemos a unos y expulsamos a otros. Todos son víctimas de un mismo verdugo, de un mismo problema estructural, un sistema económico que expolia a los pueblos repartiendo una riqueza casi inconcebible entre unos pocos y condena a una miseria sangrante a centenares de millones de personas. Podemos engañarnos con excusas o refugiarnos en la impotencia, pero una reflexión honesta nos obliga a asumir que los problemas humanos, cada vez más globales, exigen una reflexión y una acción global y común. Nos exigen abordar sus causas y entender que nuestro futuro está ligado al de todos los pueblos de la tierra. Nada nos debe ser ajeno. No hay otros caminos que nos permitan abandonar esta espiral destructiva que desborda las pantallas de los televisores y el espejismo cotidiano de la sociedades autocalificadas como «desarrolladas». Los infiernos se desatan a las puertas de casa, tienen instigadores, beneficiarios y sobre todo, víctimas. Víctimas con rasgos físicos e identidades culturales muy diferentes pero con males muy similares cuyo origen muy a menudo radica geográficamente lejos de sus lugares de procedencia. Torrelavega, nuestra ciudad, lleva siendo un lugar de acogida para muchos refugiados y migrantes desde hace algo más de 20 años. Muchas de estas personas se han establecido aquí y ahora son nuestros vecinos.

En repetidas ocasiones hemos visto como es acosada la población migrante en redadas racistas en nuestras calles, como son perseguidos los «manteros»personas que buscan su sustento de la única forma que pueden, como son apaleadas las miles de personas que tratan de saltar las vallas de la vergüenza, como son encerradas cientos de personas en los CIES por una mera falta administrativa, como perecen miles de personas en la fosa común del Mediterráneo. No debemos diferenciar entre unos y otros. No podemos esperar que esta situación cambie levantando mas vallas y aumentando la presión policial. Son personas que se juegan la vida en busca de un futuro digno. Nuestro imaginario colectivo está lleno de escenas en estaciones de tren, puertos, carreteras y caminos, de despedidas, ausencias, de relatos individuales de miseria, miedo, de destierro forzoso y de dignidad humana. Hemos olvidado entre las luces de la sociedad de consumo (para quien pueda pagarlo) , una parte de nosotrxs que no es difícil reencontrar en otros rostros que reproducen, como un Sisifo colectivo, una maldición impuesta a la humanidad.

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